Escritos completos de SAN FRANCISCO DE ASIS, Klasyka duchowości

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ESCRITOS COMPLETOS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
DIRECTORIO FRANCISCANO
Escritos de San Francisco de Asís
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ESCRITOS COMPLETOS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Índice:
Admoniciones [Adm]
pág. 3
Audite, Poverelle [Audite]
pág. 13
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ESCRITOS COMPLETOS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Oración ante el Crucifijo [Orsd]
pág. 52
Regla Bulada [Rb1r]
pág. 53
Testamento [Test]
pág. 77
Testamento de Siena [TestS]
pág. 80
Verdadera Alegría [VerAl]
pág. 80
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ESCRITOS COMPLETOS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
A D M O N I C I O N E S [Adm]
Cap. I: Del cuerpo del Señor
1Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie
va al Padre sino por mí. 2Si me conocierais a mí, ciertamente conoceríais también a mi
Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. 3Le dice Felipe: Señor, muéstranos
al Padre y nos basta. 4Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no
me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6-9). 5El
Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1 Tim 6,16), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a
Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). 6Por eso no puede ser visto sino en el espíritu,
porque el espíritu es el que vivifica; la carne no aprovecha para nada (Jn 6,64). 7Pero ni
el Hijo, en lo que es igual al Padre, es visto por nadie de otra manera que el Padre, de otra
manera que el Espíritu Santo. 8De donde todos los que vieron al Señor Jesús según la
humanidad, y no vieron y creyeron según el espíritu y la divinidad que él era el
verdadero Hijo de Dios, se condenaron. 9Así también ahora, todos los que ven el
sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por mano del
sacerdote en forma de pan y vino, y no ven y creen, según el espíritu y la divinidad, que
sea verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, se
condenan, 10como lo atestigua el mismo Altísimo, que dice: Esto es mi cuerpo y mi
sangre del nuevo testamento, [que será derramada por muchos] (cf. Mc 14,22.24); 11y:
Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55). 12De donde el
espíritu del Señor, que habita en sus fieles, es el que recibe el santísimo cuerpo y sangre
del Señor. 13Todos los otros que no participan del mismo espíritu y se atreven a
recibirlo, comen y beben su condenación (cf. 1 Cor 11,29).
14De donde: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal
4,3). 15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35).
16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab
18,15) vino al útero de la Virgen; 17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo
humilde; 18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las
manos del sacerdote. 19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así
también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. 20Y como ellos, con la
mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales,
creían que él era Dios, 21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos
corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y
verdadero. 22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice:
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 ESCRITOS COMPLETOS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
Cap. II: Del mal de la propia voluntad
1Dijo el Señor a Adán: Come de todo árbol, pero del árbol de la ciencia del bien y
del mal no comas (cf. Gén 2,16.17). 2Podía comer de todo árbol del paraíso, porque,
mientras no contravino a la obediencia, no pecó. 3Come, en efecto, del árbol de la ciencia
del bien, aquel que se apropia su voluntad y se enaltece del bien que el Señor dice y obra
en él; 4y así, por la sugestión del diablo y la transgresión del mandamiento, vino a ser la
manzana de la ciencia del mal. 5De donde es necesario que sufra la pena.
Cap. III: De la perfecta obediencia
1Dice el Señor en el Evangelio: El que no renuncie a todo lo que posee, no puede
ser discípulo mío (Lc 14,33); 2y: El que quiera salvar su vida, la perderá (Lc 9,24). 3Deja
todo lo que posee y pierde su cuerpo el hombre que se ofrece a sí mismo todo entero a la
obediencia en manos de su prelado. 4Y todo lo que hace y dice que él sepa que no es
contra la voluntad del prelado, mientras sea bueno lo que hace, es verdadera obediencia.
5Y si alguna vez el súbdito ve cosas mejores y más útiles para su alma que aquellas que
le ordena el prelado, sacrifique voluntariamente sus cosas a Dios, y aplíquese en cambio
a cumplir con obras las cosas que son del prelado. 6Pues ésta es la obediencia caritativa
(cf. 1 Pe 1,22), porque satisface a Dios y al prójimo.
7Pero si el prelado le ordena algo que sea contra su alma, aunque no le obedezca,
sin embargo no lo abandone. 8Y si a causa de eso sufriera la persecución de algunos,
ámelos más por Dios. 9Pues quien sufre la persecución antes que querer separarse de
sus hermanos, verdaderamente permanece en la perfecta obediencia, porque da su vida
(cf. Jn 15,13) por sus hermanos. 10Pues hay muchos religiosos que, so pretexto de que
ven cosas mejores que las que les ordenan sus prelados, miran atrás (cf. Lc 9,62) y
vuelven al vómito de la propia voluntad (cf. Prov 26,11; 2 Pe 2,22); 11éstos son
homicidas y, a causa de sus malos ejemplos, hacen que se pierdan muchas almas.
Cap. IV: Que nadie se apropie la prelacía
1No he venido a ser servido, sino a servir, dice el Señor (cf. Mt 20,28). 2Aquellos
que han sido constituidos sobre los otros, gloríense de esa prelacía tanto, cuanto si
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hubiesen sido destinados al oficio de lavar los pies a los hermanos. 3Y cuanto más se
turban por la pérdida de la prelacía que por la pérdida del oficio de lavar los pies, tanto
más acumulan en la bolsa para peligro de su alma (cf. Jn 12,6).
Cap. V: Que nadie se ensoberbezca, sino que se gloríe en la cruz del Señor
1Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios,
porque te creó y formó a imagen de su amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza (cf.
Gén 1,26) según el espíritu. 2Y todas las criaturas que hay bajo el cielo, de por sí, sirven,
conocen y obedecen a su Creador mejor que tú. 3Y aun los demonios no lo crucificaron,
sino que tú, con ellos, lo crucificaste y todavía lo crucificas deleitándote en vicios y
pecados. 4¿De qué, por consiguiente, puedes gloriarte? 5Pues, aunque fueras tan sutil y
sabio que tuvieras toda la ciencia (cf. 1 Cor 13,2) y supieras interpretar todo género de
lenguas (cf. 1 Cor 12,28) e investigar sutilmente las cosas celestiales, de ninguna de estas
cosas puedes gloriarte; 6porque un solo demonio supo de las cosas celestiales y ahora
sabe de las terrenas más que todos los hombres, aunque hubiera alguno que hubiese
recibido del Señor un conocimiento especial de la suma sabiduría. 7De igual manera,
aunque fueras más hermoso y más rico que todos, y aunque también hicieras maravillas,
de modo que ahuyentaras a los demonios, todas estas cosas te son contrarias, y nada te
pertenece, y no puedes en absoluto gloriarte en ellas; 8por el contrario, en esto podemos
gloriarnos: en nuestras enfermedades (cf. 2 Cor 12,5) y en llevar a cuestas a diario la
santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 14,27).
Cap. VI: De la imitación del Señor
1Consideremos todos los hermanos al buen pastor, que por salvar a sus ovejas
sufrió la pasión de la cruz. 2Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la
persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las
demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna. 3De donde es una gran
vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros,
recitándolas, queremos recibir gloria y honor.
Cap. VII: Que el buen obrar siga a la ciencia
1Dice el Apóstol: La letra mata, pero el espíritu vivifica (2 Cor 3,6). 2Son
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